miércoles, 21 de marzo de 2018

La verdadera historia del policía Pedro Urraca


Loreto Urraca publica la novela biográfica de su abuelo, agente franquista clave en la persecución de los republicanos exiliados y colaborador de la Gestapo.

Hasta hace diez años, su abuelo paterno no era más que un familiar al que apenas había conocido y del que había heredado un apellido tan infrecuente como sonoro. Pero un domingo, al hojear las páginas de este diario, leyó el nombre de Pedro Urraca en un reportaje que desempolvaba del olvido a un personaje siniestro de la historia reciente de España. El abuelo de Loreto Urraca había sido cazador de rojos en la Francia ocupada, un policía franquista destinado al territorio galo con la misión de perseguir y detener a republicanos españoles exiliados, entre quienes figuró Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya durante la guerra.

Descubrir que un pariente cercano perteneció a las alcantarillas de un régimen dictatorial no es un trago fácil de digerir. En una situación similar, hay dos opciones: guardar silencio y pasar página o asumirlo y compartirlo en público. “Si me hubiera llamado López o Martínez, a lo mejor me hubiera sido más fácil pasar inadvertida, incluso no hubiera hecho nada, pero me di cuenta de que sería imposible negar mi vínculo. Decidí afrontarlo, pero a la vez necesitaba desafiliarme de él públicamente”, reconoce a este diario la nieta de Urraca, que acaba de publicar Entre hienas (Editorial Funamubilista), una novela biográfica fruto de casi una década de investigación entre archivos, cartas y diarios.

Dos Españas, la misma sangre


Un abuelo de Cristina Fallarás fue fusilado en 1936, el otro formaba parte de los pelotones de fusilamiento. Ahora publica la historia de su familia en 'Honrarás a tu padre y a tu madre'.

El día 5 de diciembre de 1936 Félix Fallarás, de 35 años, casado y con dos hijos, tramoyista del Teatro Argensola, fue fusilado en el cementerio de Torrero, en Zaragoza. No se le conocía militancia política. Su familia siempre pensó que ocupó por error el lugar de su padre, dirigente de la UGT. Se llevaban mal, se llamaban igual. Por aquellas fechas, uno de los encargados de los pelotones de fusilamiento era Pablo Sánchez, un alférez de dos metros y rasgos indios. Bisnieto del presidente mexicano Benito Juárez, colaboró con la Gestapo y terminó alcanzando el grado de coronel en el ejército de Franco. Pasado el tiempo, un día de 1957, acudió a la sucursal de su banco acompañado de su hija María Jesús. Les presentaron a un nuevo empleado. Era el hijo pequeño de Félix Fallarás, tenía tres años cuando mataron a su padre y se llamaba como él. Diez años después de aquel encuentro se casó con María Jesús. Al año de la boda nació su hija Cristina.

¿Se acabarán las guerras civiles?


Se discutía con pasión qué era exactamente una guerra civil. ¿Se definía en función del número de víctimas o de la comunidad que la padecía? ¿Dependía de la identidad de los combatientes o de los objetivos de los bandos enfrentados? Las acepciones del término eran volátiles y parecía que no hubiera forma de ponerse de acuerdo. Descubrí entonces que esa misma confusión ya se había producido antes, en la década de 1860, durante la Guerra de Secesión de 1861 a 1865, un conflicto que los estadounidenses denominan la Guerra Civil.

El pasado no se repite, según una frase que atribuyen al escritor estadounidense Mark Twain; pero desde luego se parece mucho. Y así, en el soleado sur de California encontré una notable semejanza entre la guerra de Irak y la guerra civil estadounidense. La Biblioteca Huntington tiene los papeles de Francis Lieber, un abogado prusiano que en el siglo XIX emigró a EE UU y durante la Guerra de Secesión elaboró las primeras leyes de guerra, el antecedente directo del Convenio de La Haya y los Convenios de Ginebra que rigen los conflictos bélicos todavía hoy. Cuando estaba redactándolas, pensó que tenía que ofrecer una definición de guerra civil para situar el tipo de conflicto al que se aplicarían las normas. No pudo encontrar ninguna descripción legal de guerra civil y dedicó mucho tiempo a crear una.

“La gente ya no cree en los hechos”


Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) hace tiempo que superó las barreras de la vanidad. No habla de su vida privada, no usa móvil y en un tiempo donde abunda lo líquido y hasta lo gaseoso, él representa lo sólido. Fue detenido por oponerse a la guerra de Vietnam, figuró en la lista negra de Richard Nixon, apoyó la publicación de los papeles del Pentágono y denunció la guerra sucia de Ronald Reagan.

A lo largo de 60 años no hay lucha que se le haya escapado. Igual defiende la causa kurda que el combate contra el cambio climático. Tan pronto aparece en una manifestación de Occupy Movement como respalda a los inmigrantes sin papeles. Inmerso en la agitación permanente, el joven que en los años cincuenta deslumbró al mundo con la gramática generativa y sus universales, lejos de dormirse en las glorias del filósofo, optó por el movimiento continuo.

No importó que le acusasen de antiamericano o extremista. Él siempre ha seguido adelante, con las botas puestas, enfrentándose a los demonios del capitalismo. Ya sean los grandes bancos, los conglomerados militares o Donald Trump. Incombustible, su última obra lo vuelve a confirmar. En Réquiem por el sueño americano (editorial Sexto Piso) vuelca a la letra impresa las tesis expuestas en el documental del mismo título y denuncia la obscena concentración de riqueza y poder que exhiben las democracias occidentales. El resultado son 168 páginas de Chomsky en estado puro. Vibrante y claro. Listo para el ataque.

viernes, 9 de marzo de 2018

Susan Sarandon y Paul Newman


El actor estadounidense Paul Newman renunció hace 20 años a parte de su sueldo durante el rodaje de 'Al caer el sol' para que su compañera de reparto Susan Sarandon cobrase lo mismo que él. Así lo ha revelado la actriz con motivo del Día de la Mujer durante una entrevista con la BBC.

'Al caer el sol' se estrenó en 1998 y narra las interacciones entre un detective privado, un actor millonario que muere por un cáncer y la esposa de éste, y cuenta con un elenco protagonizado por tres actores: Gene Hackman, Newman (1925-2008) y Sarandon.

lunes, 5 de marzo de 2018

Antonio López y López


En la ciudad de los prodigios que retrata Eduardo Mendoza, o sea, Barcelona, cabe desde hoy un episodio igualmente gracioso (por no decir grotesco), festejado con mimo por la compañía Comediants: la caída del Primer Marqués de Comillas, Antonio López y López, desde su imponente pedestal, camino del museo de estatuas con historia en la ciudad. El primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, no debió caer en ese contrasentido, cuando esta mañana se regocijaba de haber depurado al famoso empresario. Quien aparece ahora como (solo) un negrero no ha sido arrojado a las tinieblas exteriores de Barcelona, ni por supuesto al mar, sino que ocupará un espacio sobresaliente en un llamado Centro de Colecciones del Museo de Historia de Barcelona (MUHBA). Lo visitan cada año muchos miles de catalanes.

Tampoco ha caído en la cuenta Pisarello, ni su alcaldesa Ada Colau, de que con el primer Comillas también ponen en la picota o mandan al infierno de la maledicencia a toda la alta burguesía catalana de los dos últimos siglos, que emparentó con los López de Comillas o mamó de sus tetas económica, cultural, política o socialmente con gran solemnidad y desparpajo (¿por qué no leen de una vez al gran Josep Pla?).

El Ayuntamiento de Comillas pide a Colau que reconsidere la retirada de la estatua de Antonio López
Barcelona despedirá con una fiesta la estatua de Antonio López
Pongamos algunos apellidos: los Güell en sus diferentes derivados (condes, vizcondes o baronías); los Bru y Martos; los Ferrer-Vidal y Parellada; los Jover y Sentmenat; los Beltrán y Musitu; los Malet y de Travy; los Ricart y Roger; en fin, los López, Güell o Bru bien casados por los siglos de los siglos entre sí o con los Senmenat y Senmenat, a su vez (o no) marqueses de Castelldosríus, o de Orís, o de Santa Pau, estos últimos solo barones, algunos de ellos (algunas, tanto monta) damas de la Reina Victoria Eugenia de España, o Grandes de España, y todos emparentados con una larga lista de apellidos, muchos de ellos, con el tiempo, menos encopetados.

Antonio García-Trevijano


Antonio Garcia-Trevijano Forte, nacido en Granada el 18 de julio de 1927 en una familia de juristas, funcionarios e intelectuales, estudió Derecho, aprobó notarías en cinco meses por tranquilizar a su padre y se lanzó a una vida trepidante y fascinante, merecedora de decenas de ensayos, biografías y novelas. Lo leyó todo, lo conoció todo, lo viajó todo y como abogado ganó fortunas. Pero su pasión eran el pensamiento político y España. Jugó un papel tan importante en los años del tardofranquismo y transición que nadie quiere recordarlo. Ha pasado cuarenta años en el ostracismo por ser el hombre que sabía demasiado. Desde su papel como hombre de confianza de Don Juan desde Estoril, su trato con el Rey Juan Carlos desde épocas de la Academia Militar de Zaragoza, su liderazgo en los planes primero de crítica y oposición real al régimen de Franco y después en la transición elegida. Creó la Junta Democrática de España, protagonizó su fusión con la Plataforma de Convergencia Democrática para la Platajunta. Redactó un proyecto rupturista de Constitución y fracasó al ser arrollado por las fuerzas reformistas. Todos se conjuraron contra él tras el pacto de Adolfo Suárez con Santiago Carrillo y Felipe González y lo metieron en la cárcel de Carabanchel para que no entorpeciera los pactos. Estuvo en la operación del diario «Madrid». Y pudo haberse quedado con «El País», cuyos directivos lo consideraron siempre el enemigo número uno. Como los servicios de información de Carrero. Para la CIA era «Maverick», la única oposición real y seria al franquismo.