lunes, 5 de marzo de 2018

Antonio López y López


En la ciudad de los prodigios que retrata Eduardo Mendoza, o sea, Barcelona, cabe desde hoy un episodio igualmente gracioso (por no decir grotesco), festejado con mimo por la compañía Comediants: la caída del Primer Marqués de Comillas, Antonio López y López, desde su imponente pedestal, camino del museo de estatuas con historia en la ciudad. El primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, no debió caer en ese contrasentido, cuando esta mañana se regocijaba de haber depurado al famoso empresario. Quien aparece ahora como (solo) un negrero no ha sido arrojado a las tinieblas exteriores de Barcelona, ni por supuesto al mar, sino que ocupará un espacio sobresaliente en un llamado Centro de Colecciones del Museo de Historia de Barcelona (MUHBA). Lo visitan cada año muchos miles de catalanes.

Tampoco ha caído en la cuenta Pisarello, ni su alcaldesa Ada Colau, de que con el primer Comillas también ponen en la picota o mandan al infierno de la maledicencia a toda la alta burguesía catalana de los dos últimos siglos, que emparentó con los López de Comillas o mamó de sus tetas económica, cultural, política o socialmente con gran solemnidad y desparpajo (¿por qué no leen de una vez al gran Josep Pla?).

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Pongamos algunos apellidos: los Güell en sus diferentes derivados (condes, vizcondes o baronías); los Bru y Martos; los Ferrer-Vidal y Parellada; los Jover y Sentmenat; los Beltrán y Musitu; los Malet y de Travy; los Ricart y Roger; en fin, los López, Güell o Bru bien casados por los siglos de los siglos entre sí o con los Senmenat y Senmenat, a su vez (o no) marqueses de Castelldosríus, o de Orís, o de Santa Pau, estos últimos solo barones, algunos de ellos (algunas, tanto monta) damas de la Reina Victoria Eugenia de España, o Grandes de España, y todos emparentados con una larga lista de apellidos, muchos de ellos, con el tiempo, menos encopetados.

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