sábado, 24 de diciembre de 2022

Balkan Paradise Orchestra

La banda de viento y percusión Balkan Paradise Orchestra nace a principios de 2015 en las calles de Barcelona.

jueves, 22 de diciembre de 2022

La cuestión catalana: origen, desarrollo, y perspectivas

José E. De Ayala realizó este estudio para la Fundación Alternativas 

La cuestión catalana: origen, desarrollo, y perspectivas

Cataluña es una de las regiones más ricas de España y, gracias a su Estatuto de Autonomía, goza de un autogobierno comparable al existente en los Estados federales. Ha sido parte de España desde que España existe, pero a lo largo de la historia ha habido varios episodios de desacuerdos e intentos de independencia. Desde principios de este siglo, los partidarios de la secesión han iniciado un proceso de soberanía, ignorando la Constitución y la legalidad española, que culminó, en octubre de 2017, con una declaración unilateral de independencia, que implicó una intervención temporal de su autogobierno por parte del Gobierno español y el juicio y condena de sus principales líderes, además de no ser reconocida por ningún país u organización internacional en el mundo. La sociedad catalana es plural, formada en parte por emigrantes de otras partes de España, y está muy dividida sobre este tema. Los partidarios de la independencia nunca han logrado obtener el 50% de los votos en ninguna de las numerosas elecciones celebradas, aunque hay una mayoría favorable a aumentar el nivel de autonomía. La solución a este conflicto solo puede venir con el logro de un acuerdo político que establezca una nueva relación entre Cataluña y el resto de España, que satisfaga a la mayoría, sin la necesidad de romper. Pero esta solución será difícil tanto por el radicalismo de algunos líderes separatistas como por la falta de acuerdo entre los partidos españoles sobre cómo abordar la cuestión.

martes, 20 de diciembre de 2022

Una piel de toro con forma de España

Por primera vez un volumen reúne la historia de España escrita por Arturo Pérez-Reverte durante más de cuatro años en su columna «Patente de corso» del XL Semanal.

1. TIERRA DE CONEJOS

Érase una vez una hermosa piel de toro con forma de España llamada Ishapan, que significa, o significaba, tierra de conejos —les juro que la palabra significaba eso—, y que estaba habitada por un centenar de tribus, cada una de las cuales tenía su lengua e iba a su rollo. Es más: procuraban destriparse a la menor ocasión, y sólo se unían entre sí para reventar al vecino que era más débil, destacaba por las mejores cosechas o ganados, o tenía las mujeres más guapas, los hombres más apuestos y las chozas más lujosas. Fueras cántabro, astur, bastetano, mastieno, ilergete o lo que se terciara, que te fueran bien las cosas era suficiente para que se juntaran unas cuantas tribus a las que les caías mal y te pasaran por la piedra, o por el bronce, o por el hierro, según la época prehistórica que tocara. Envidia y mala leche eran marca de la tierra ya entonces, cual reflejan los más antiguos textos que nos mencionan. Ishapan, como digo. O sea, esto de aquí. Y el caso era que así, en plan general, toda esa pandilla de animales bípedos, tan prolífica a largo plazo, podía clasificarse en dos grandes grupos étnicos: iberos y celtas. Los primeros eran bajitos, morenos, y tenían más suerte con el sol, las minas, la agricultura, las playas, el turismo fenicio y griego y otros factores económicos interesantes. Los celtas, por su parte, eran rubios, ligeramente más bestias y a menudo más pobres, cosa que resolvían haciendo incursiones en las tierras del sur, más que nada para estrechar lazos con las iberas; que, aunque menos exuberantes que las rubias de arriba, tenían su puntito meridional y su morbo castizo (véase, por ejemplo, la Dama de Elche). Los iberos, claro, solían tomárselo a mal, y a menudo devolvían la visita. Así que cuando no estaban descuartizándose en plan doméstico en su propia casa, iberos y celtas se lo hacían unos a otros, sin complejos ni complejas. Facilitaba mucho el método una espada genuinamente aborigen llamada falcata, prodigio de herramienta forjada en hierro —Diodoro de Sicilia la califica de magnífica— que cortaba como hoja de afeitar y, cual era de esperar en manos adecuadas, deparó a iberos, celtas y resto de la peña apasionantes terapias de grupo y bonitos experimentos colectivos de cirugía en vivo y en directo (tiene su premonitorio simbolismo que una de las primeras cosas que griegos y romanos elogiaron de aquí fuera una espada). Ayudaba mucho que, como entonces la Península estaba tan llena de bosques que una ardilla podía recorrerla saltando de árbol en árbol, todas aquellas ruidosas incursiones, destripamientos con falcata y demás actos sociales podían hacerse a la sombra, y eso facilitaba las cosas y las ganas. Animaba mucho. De cualquier modo, hay que reconocer que en el arte de picar carne propia o ajena, tanto iberos como celtas, y luego esos celtíberos resultado de tantas incursiones en plan romántico piel de toro arriba o piel de toro abajo, eran auténticos virtuosos. Feroces y valientes hasta el disparate, la vida propia o ajena les importaba literalmente un carajo. Según los historiadores de entonces, aquellos abuelos nuestros morían matando cuando los derrotaban y cantando cuando los crucificaban, se suicidaban en masa cuando palmaba el jefe de la tribu o perdía su equipo de fútbol, y las señoras, puestas en plan broncas, eran de armas tomar. De manera que, si eras enemigo y caías vivo en sus manos, más te valía no caer. Y si además aquellas angelicales criaturas de ambos sexos acababan de trasegar unas litronas de caelia, que era la cerveza de la época, ya ni te cuento. Imaginen los botellones que liaban mis primos. Y primas. Que en lo religioso, por cierto, a falta todavía de monseñores que pastoreasen sus almas prohibiéndoles la coyunda, el preservativo y el aborto, y a falta todavía de teléfono móvil, de Operación Triunfo y de Sálvame para babear en grupo, rendían culto a los ríos, las montañas, los bosques, la luna y otros etcéteras. Y éste era, siglo arriba o siglo abajo, el panorama de la tierra de conejos cuando, cerca de ochocientos años antes de que el Espíritu Santo en forma de paloma visitara a la Virgen María, unos marinos y mercaderes con cara de pirata, llamados fenicios, llegaron por el Mediterráneo trayendo dos cosas que en España tendrían desigual prestigio y fortuna: el dinero (la que más) y el alfabeto (la que menos). También fueron los fenicios quienes inventaron la burbuja inmobiliaria adquiriendo propiedades en la costa, adelantándose a los jubilados anglosajones y a los simpáticos mafiosos rusos que hoy bailan los pajaritos en Benidorm. Pero de los fenicios, de los griegos y de otra gente parecida hablaremos en un próximo capítulo. O no.