Camilo José Cela combatió en las filas del bando nacional en la sierra de Alcubierre, en los Monegros, en donde resultó herido leve, pero le detectaron de nuevo su tisis.
El joven, que medía 1,80 y pesaba 62 kilos, pensó en acercarse a Galicia para recuperarse, ya que no podía ir a Madrid en donde tenía su residencia por ser zona republicana. Tras varios días de viaje en tren, llega a León. Tiene fiebre. Visita a su tío Pío, hermano de su padre, que era ingeniero de Obras Públicas. Su tío le lleva a la consulta de Olegario Llamazares, quien, además de confirmar la enfermedad pulmonar, sentencia que está malnutrido. Ante semejante diagnóstico, su familia leonesa envía, con gastos pagados, a una pensión de La Vecilla.
Un episodio que recordaría en sus Memorias: «Desayunaba tres huevos fritos con panceta, morcilla o chorizo, según los días o a elegir, un plato sopero de papas de harina de maíz con un dedo de azúcar encima, dos tazones de café con leche también con mucho azúcar, uno mojando tostadas de pan de mollete con mantequilla y otro secándolo con quince o veinte galletas de María Artiach, y dos manzanas y dos plátanos. Almorzaba un plato de sopa de fideos o de macarrones muy espesa, una sopa substanciosa y como está mandado, otro plato de lentejas con arroz y generosos tropezones de jamón, oreja, morro y torreznos, o de fabada, y dos libras, no creo que le faltase mucho, de carne roja y sangrante con una sopera de patatas cocidas sobre la que dejaban caer una rumbosa y liberal pella de mantequilla, lo acompañaba todo con una hogaza de pan candeal que comía casi entera y dos vasos de vino tinto del Bierzo pero en vaso de agua, que cabe más; siempre me daban postre de cocina… Merendaba… y cenaba… cuando me iba a dormir, me acordaba de mis padres y mis hermanos pasando hambre en Madrid y me remordía un poco la conciencia…».
Seguramente fue entonces cuando descubrió los placeres de la comida, que ya no abandonaría jamás. En febrero del 1938 dejará, ya repuesto, La Vecilla.
León se entrecruza constantemente no sólo en la vida de Cela, sino en su obra. En el epílogo de La familia de Pascual Duarte, cuando el escritor encuentra las cuartillas autógrafas del protagonista, base argumental de la obra, quiere confirmar el desenlace de este personaje. El escritor se dirige al capellán de la cárcel, don Santiago Lurueña y a don Cesáreo Martín, cabo comandante del puesto de La Vecilla, que asistió a la ejecución de Pascual Duarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario