sábado, 10 de octubre de 2009

En el país de las maravillas

Hace dos meses tuve un sueño. En él caía por un agujero y cada vez avanzaba más deprisa. Frente a mí pasaban los acontecimientos a un ritmo vertiginoso. Tanto es así que me desperté sobresaltado, o eso creía yo.

Me senté sobre la cama y, en el espejo que cubre las puertas del armario empotrado, comencé a ver una película en la que trabajaban actores conocidos.

En una acera de la Gran Vía madrileña Jose Luis Rodríguez Zapatero, estirado sobre una tumbona de playa y en traje de baño, hablaba por teléfono. A lo que parece, al otro extremo de la comunicación se encontraba Mariano, el lider de la oposición. A su alrededor otros muchos bañístas remojaban sus píes en el agua que de unas cascadas caía sobre el asfalto. Los vendedores de helados y cervezas iban y venían como las vendedoras de sardinas, que van desde Santurce a Bilbao.

A partir de aquí se puede oir la conversación entre los dos líderes políticos (¿?), lo cual me sorprende, pues Zapatero no usaba un manos libres.

Por lo que pude entender de sus palabras, Rajoy estaba invitando al Presidente del Gobierno a una barbacoa en la que darían a conocer el acuerdo para aprobar los Presupuestos Generales del Estado del 2010. De hecho se trataba de aprobarlos sin los votos favorables del Partido Popular, pero también sin sus votos en contra. De esta forma, el Partido Socialista podría aprobar los Presupuestos sin necesidad de cargar con la cruz que supone el chantaje de los partidos nacionalistas por su apoyo a los presupuestos y a la llamada gobernabilidad.

Para acabar la conversación, Mariano Rajoy le recuerda al Presidente que ciertamente no son novios y que llegado el momento les pararán las iniciativas legislativas que resulten inaceptables para su partido.

Cuando se hizo el silencio tenía la carne de gallina, me había rejuvenecido unos 20 años y me había caído de la cama. Las imágenes del espejo se desvanecieron y me sentí a mi mismo entre las sábanas, en un estado soñoliento. Me volví a dormir y, a la mañana siguiente, al despertar, me entró un ataque de risa e impotencia que no pude cortar sin la ayuda de la única ducha fría que me he dado en toda mi vida.

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