sábado, 7 de abril de 2018

Boadella en Waterloo


La lluvia no cesa en Waterloo. En una esquina, seis policías belgas observan de pie los movimientos de los recién llegados. Tienen permiso para celebrar el acto y han colocado tres banderas: la europea, la española y la de Tabarnia, que se balancean ligeramente con el viento en una explanada de hierba frente a la casa. Suena Waterloo, de Abba, una vez, dos veces, tres veces. También Por qué no ser amigos, de Hombres G, una sutil oferta de unidad en tiempos de abierta hostilidad. Albert Boadella sale de una tienda de campaña y toma la palabra para iniciar la performance. Está frente a la vivienda donde Puigdemont ha establecido el centro de operaciones del autodenominado Govern en el exilio. "Hemos venido aquí para reunirnos con el presidente fake en una conferencia al más bajo nivel entre un presidente legítimo, que soy yo, y un presidente ilegítimo, que es él. Ya ven que nuestros medios son modestos. En cambio, los suyos son algo más importantes", proclama con aire trascendental en referencia a los 4.400 euros mensuales de alquiler que cuesta el inmueble.


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