miércoles, 26 de julio de 2017

La máquina de muerte de la calle 63


Al inspector de policía John E. Fitzpatrick le gustaba la arquitectura. Le gustaban las fachadas, las puertas y los ventanales. En los días que no estaba de servicio, le gustaba pasear por el loop y quedarse un rato mirando las magníficas obras que estaban cambiando el perfil de la ciudad. Los llamaban rascacielos y tenían diez, doce, hasta dieciséis plantas. Y no usaban piedra ni ladrillo, sino que estaban construidos con esas nuevas estructuras de acero tan ligeras y tan rápidas de montar. A veces pedía acompañar a los colegas del cuerpo de bomberos para hacer las inspecciones pertinentes antes de que les concedieran las licencias de apertura. Entonces paseaba con mal disimulado entusiasmo por sus recibidores y sus lobbies aún vacíos, tocaba los vidrios de las ventanas y los marcos de madera de las puertas, subía los peldaños de las escaleras y presionaba los botones de los elevadores que Elisha Otis estaba montando en cada construcción, sin los cuales la propia existencia del edificio carecería de sentido.


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