jueves, 9 de abril de 2020

El nuevo día no llegó


El nuevo día no llegó, aunque se le esperaba. No a las doce de la noche, cuando todos miran la tele, pero si cuando suena el despertador o se oye el camión de la basura. Es por eso que hoy es ayer.

Horacio Rodríguez se despertó encima de su huevo. Ya van para ocho meses los que lleva incubando. Al principio la ilusión era grande, al paso de los días ésta se fue midiendo con el cansancio, y ahora es éste y el deseo de escapar los que imperan.

A la hora del Ángelus, el sonrosado huevo ha hecho un ruidito como de aire que escapa y ha empezado a agrietarse. Un dedo regordete, y manchado de clara anaranjada, ha hurgado en la grieta y la cáscara ha saltado en mil pedazos.

Y fue una niña, con un suave pelo rubio mojado y aplastado en la cabeza. Al ver la luz hizo una mueca, pero no lloró. ¿Para qué? En el alero chillaban las crías de golondrina, mientras sus progenitores se esforzaban en atrapar diminutos mosquitos. El aire fresco removía los geranios y traía el rumor de niños que corrían y juagaban en la plaza.

Horacio se abandonó unos segundos mientras oía correr el agua caliente que llenaba la bañera. El primer baño de… Pero… ¿Cómo la llamaría? Hasta ese momento, hasta saber si era niño o niña, no quiso pensar en un nombre, y ahora… Meses atrás jugó con nombres comodín, de esos que sirven para todo. Pero no, quería ver su cara y después encontrar un nombre que le sentase bien, que no le quedase ni corto ni largo, ni grande ni pequeño.

A eso del mediodía, cuando faltaban diez minutos para las dos, los relojes dejaron de latir sin nadie darse cuenta. El tiempo no se detuvo, pero parecía no pasar. Más tarde. ¿Cuánto? ¿Quién sabe? El hambre marcó la hora de comer, y después el sueño la hora de dormir.

Tres años han pasado y aun es ayer. Aquella niña, de ojos color miel, resulta que se acabó llamando Elena, y ello le sienta bien, el nombre no se le ha quedado pequeño, ni le resulta grande.
A la hora de la comida, Elena le enseña un folleto a su padre.

.- Mira que huevos más bonitos. ¿Me comprarás un hermanito? Vanesa y Clara tienen dos cada una.

.- Ya, pero… ¿Tú sabes lo que cuesta incubarlos? Son casi nueve meses. Eso, si todo va bien. Mi amigo Fulgencio se pasó cerca de un año. Su huevo era muy grande y entonces tardan más.

.- Tú sabrás, pero yo quiero un hermanito. Si es una nena mejor.

.- Quizás. Pídeselo a los reyes.

.- Tú sabes que los reyes son los padres.

.- Pues eso, pídeselo a los reyes.

Detrás de un autobús, se lanza a la carrera un muchacho en patinete. Carlos Arvejón, un joven de dieciséis abriles, es el novio de Elena. A él le gustan los huevos y a ella no, y ello es motivo de frecuente discusión.

La semana pasada, que también era ayer, encontraron un reloj en uno de los cajones del laboratorio de su instituto. El profesor les ha reñido dulcemente y se lo ha arrebatado. ¡Con esto no se juega! Les ha dicho. Yo también tuve de estos, pero nadie los usa, ya no sirven y provocan cefaleas.

El verano ha llegado y con él los helados y las piscinas. Esta noche Elena no tiene sueño. Sigue viendo episodios  antiguos de “The Walking Dead” en versión original, hasta tarde.

El Sol ha vuelto a asomar la nariz entre las terrazas de los pisos de enfrente. La melodía de la canción “lleyow submarine” de los Beatles se escapa del altavoz del Samsung GT-E1150. Insiste a intervalos de cinco minutos, hasta que Elena abre un ojo que lucha contra las legañas y la luz hiriente. Un calendario en la pared nos habla de junio de 2013. Una voz lejana ataca de nuevo: ¿Elena, que ya son las nueve! ¡Espabila, levántate!

Todo apunta a que hoy ya no es ayer. Algo de todo esto debe de ser un sueño, pero… ¿Quién lo soñó? ¿O quien lo está soñando…?

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