jueves, 16 de abril de 2020

Sisi el panadero


La puerta se abrió, tan solo un poco, con un quejido apagado. La manecilla de un imaginario reloj continuó su lento caminar, por la periferia de la esfera del tiempo, rumbo a ninguna parte. Ya se sabe que el tiempo pasa, pero el reloj se queda, mientras dure la cuerda.

No hubo gallo ni gallina, pero los rayos del Sol, después de chocar en las fachadas rojizas de las calles cercanas acertaron a entrar por los agujeros de la persiana entreabierta. No era tarde, ni pronto, ni la hora, pero Sisi abrió un ojo y después otro, se giró hacia la ventana y comprendió que ya todo era en vano. Había llegado la hora de sacudirse la pereza y aterrizar con el pie derecho en el frío suelo de madera. Antes removió su mano derecha entre las sábanas, acercando dos dedos a la nariz, lo que le trajo recuerdos de humedades ajenas, cálidas y bastante saladas.

Sisi buscó en la cartera la tarjeta Troika. Allí estaba, junto a la fotografía de Irina. El tranvía se fue acercando a su parada mientras sacaba brillo a los raíles. El nueve frenó imperceptiblemente, sin apenas usar el dispositivo neumático, abrió las puertas correderas y vomitó su carga humana, antes de recibir a los nuevos viajeros. Enfiló la calle Sushchevskaya y aceleró levemente con un balanceo acogedor.

A esta hora de la mañana, en la terraza del Bosco Mishka Bar, en la plaza Roja, las mesas están muy animadas. Predomina el ruso, pero también se conversa en inglés, chino e italiano, y en una mezcla de todos ellos. Algunos de los presentes, algo viajados, siguen su propia conversación y, por momentos, se meten en las conversaciones ajenas, sin participar, pero imaginando quienes son los que las mantienen, que hacen allí y que esperan los unos de los otros. Cuando ya no pueden seguir en dos cosas a la vez, carraspean en un gesto despreocupado, intentando que no se note mucho.


Sisi está solo, y aunque sigue varias conversaciones a la vez, no tiene por qué mostrarse interesado en ninguna. Una pareja italiana de luna de miel, representantes ingleses de una empresa de trituradores de basura, tres enfermeras polacas participantes en un congreso médico… Más allá es difícil atar cabos, solo palabras sueltas.

Una de las especialidades de la casa son las tortitas de calabacín con strachatella, caviar rojo y unas hojas de menta. A cada bocado se funden los sabores y el resultado confunde al resto de sentidos, que dejan de sentir. Un sorbo de té negro con limón y mermelada de cerezas amargas trae de vuelta a la conciencia hasta el mantel rojo, el rumor de los turistas y el reflejo de la noticia de “Leninskaya Pravda” en el samovar.

En la fotografía central, a color, se muestra lo que parece ser un accidente de tráfico. Una furgoneta Gaz Gazelle de color pistacho, con matrícula B007AE006, ha chocado contra otros vehículos y se ha atravesado en la calle. En el suelo, parcialmente cubierto con una manta térmica, un joven ensangrentado no puede disimular el dolor en su rostro.

No se había fijado. Después de dar el último sorbo al té, Sisi alargó la mano derecha para coger el periódico y allí estaba. Con la cara magullada, el muchacho del diario se seguía pareciendo a Misha Soloviov, el hermano pequeño de Irina. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? ¿O quizás no era él?

El texto de la noticia no añadió mucha más luz al asunto. Relataba un accidente múltiple en la autopista M4, a la altura de  Pávlovskaya, una pequeña ciudad de 30.000 habitantes. Hablaba de un muerto y dos heridos, pero sin nombres, y hacía hincapié en que había sido provocado por la densa niebla de la mañana. Si hubiera podido saberlo se habría dado cuenta de que las tres últimas cifras de la matrícula correspondían a un vehículo del servicio diplomático español. Pero no pudo hacerse esta pregunta, ni muchas otras que también habrían sido pertinentes.

Pagó la cuenta con la tarjeta de la empresa y echó a andar camino del trabajo, a la vez que intentaba llamar a Irina con el corazón en un puño y el ULCOOL V66 Luxury Phone en la otra mano. Sonó el tono 25 veces justas, ni una más, y nadie contestó al otro lado. Llevaba cuatro días sin poder contactar con ella y eso ya era algo preocupante, pero si le añadimos la no confirmada fotografía de la portada del periódico, el asunto se convertía en angustioso.

Al llegar a la panadería Хлеб Насущный, cercana a la parada de metro de Tverskaya, en donde trabaja de lunes a sábado, de diez de la mañana a seis de la tarde, salvo imprevistos, su jefa, la sonrosada y ampulosa Olga Sóbolev, le ha recibido con mala cara, como siempre. Perdió a su marido en la guerra de Siria, se gana bien la vida, tiene dos hijos adolescentes y bebe en la intimidad cualquier líquido de más de ochenta grados. La gran Olga carga con su familia y este local y lo lleva bien, por otra parte Sisi es un vago y no muy pulcro, pero todo ello no es motivo para que le trate como lo hace. Le recuerda a su ex y eso le pudre las entrañas.

.- Han dejado un sobre para ti, aunque ésta no es tu casa. Lo tienes encima de la mesa. Ya lo abrirás después, que se hace tarde.

El local, cercano al Moskovskiy Teatr Myuzikla, junto a la Plaza Pushkinskaya, es punto de reunión del inframundo intelectual del distrito de Tverskoy. En él se habla del tiempo, se conversa sobre teatro y se discute de política. El sábado a la noche esta discusión puede acabar en pelea, pero tan sólo dialéctica, nunca física, los intelectuales no sudan, y menos en éste país y con éste clima.

Sisi es el encargado de hacer los pasteles Medovik de miel. En una jornada, entre los de llevar y los de comer aquí, pueden llegar a las dos centenas. Eso supone dar forma a unos cien kilos entre harina fuerza y de repostería, treinta kilos de mantequilla, cincuenta docenas de huevos, otros treinta kilos de miel, veinte da azúcar y algo de sal, canela y levadura. Todo ello unido al runrún de las amasadoras, el calor de los hornos y varios litros de sudor de media docena de reposteros, que el sistema de ventilación se lleva al exterior.

Aunque desde aquí no se pueda oír, ya han dado las seis en el reloj de la Torre Spasskaya, en el Kremlin. El obrador está recogido y el género a disposición de los camareros y sus clientes. Los delantales blancos, con alguna que otra mancha, esperan colgados una nueva jornada y Sisi, y sus compañeros de turno, se preparan para volver a sus vidas privadas y el mundo exterior a través de la puerta de servicio que conduce a la calle Dmitrovka.

.- No te olvides el sobre.

Dijo una voz desde la barra de la cafetería.

.- No quiero tener ésas cosas en el local.

.- Gracias Olga. Ya lo llevo conmigo.

Sentado, bajo la marquesina del tranvía, apurando su primera papirosa del día, saca del bolsillo de la chaqueta el sobre marrón, en el que está escrito su nombre, Simón Simarro. Mientras deja escapara una bocanada de humo azul, piensa, por un momento, que quizás sea su carta de despido, que la bruja de Olga no ha tenido el valor de darle en mano.

.- ¿Y, si me vuelvo a Cuenca? Esto es bonito, pero… ¿Qué hago yo aquí?

Él, nieto de un niño de la guerra, con más expectativas que esperanzas y menos cariño que compañía, no encuentra su lugar. Su relación con Irina, en la distancia, cada vez es más fría, y ahora, no consigue ni hablar con ella.

El pulgar derecho abre el papel, como el arado la tierra, sin delicadeza, la solapa se rasga y cae al suelo. Como la boca de una perca cogida con anzuelo en el río Moscova, el sobre se abre y deja entrever una fotografía antigua y otro papel más limpio. Si se mira con atención, se intuye que la foto fue hecha en la Plaza Roja en un día de Sol. En el centro un hombre de mediana edad recoge con sus brazos a dos niños que comen un helado y sonríen. En el reverso una fecha, dos de julio de mil novecientos sesenta y cinco.

El papel, doblado dos veces, está firmado por Irina.

.- No sé cómo decirte que lo que no puede ser es imposible. Siento por ti un gran aprecio, acumulado en los meses que pasamos juntos, y espero que tú sientas algo parecido. Si así no fuera me sentiría traicionada, aunque ya mucho no pueda importar. Pero tú ya lo sabes, nuestro barco navega sin rumbo y se acerca el invierno.

.- Me gustaría abrazarte, pero si lo hiciese no podría entregarte esta carta. He de soltar amarras y largar vela hacia nuevos destinos. El periódico me envía a Washington, parece ser que ahora interesa mucho más el mundo anglosajón. Izvestia lo sabe y yo también. Antiguos enemigos hoy son amigos y espero, que el tiempo y la distancia no te convierta en simple conocido.

.- Un beso y un abrazo.

.- Irina.

Sisi llevó de nuevo el sobre al bolsillo de su chaqueta, a la vez que se disponía a subir al tranvía. La misiva de Irina, un poco hiriente, tranquilizó su ánimo y le hizo olvidar ese impulso que le llevaba a dejar la panadería y volver a Cuenca. Sus ojos se humedecieron mientras miraba las bandadas de estorninos evolucionar en el cielo anaranjado.

Enfrente, en el otro asiento, una belleza rubia cargada con dos bolsas de comida, un libro de viajes y una cesta con un gato pinto, escribía mensajes con sólo tres dedos y lanzaba una amplia sonrisa hacia el techo del vehículo. La vida sigue y ya no importa si era Misha el ocupante de la furgoneta accidentada, ni cual podría ser la absurda relación entre la antigua fotografía de familia y la carta de Irina, ni la razón por la que Olga tiene tan mal carácter.

Son las diez y es jueves. A falta de amor buena es la compañía, y si no, un par de medovujas “Nicola” y dos beliashí de carne animan bastante. Una vez recompuesto Sisi se adentra en el complejo Krasnij Oktjabr, dispuesto a mover el esqueleto y fomentar el roce, que ya se sabe, hace el cariño.

El trasiego de juventud y otras personas no tan jóvenes es incesante. En la barra del karaoke “Bruce Lee” Sisi pide un vodka frío con pepinillos, y está a punto de soltar un billete de veinte rublos, cuando ve en la pista de baile a dos conocidos. Irina y su hermano Misha. ¿Si es qué son hermanos? Cantan a dúo “Dorógoi Dlínnoiu”, abrazados y besándose apasionadamente en las pausas de la canción. Aquí la gente se besa, son costumbres, pero parece mucha amistad, incluso para dos hermanos.

Se bebe el vodka de un trago y el fuego del estómago liofiliza los pepinillos. Quizás no sea el momento para interesarse por la salud de Misha, al fin no debió de ser él el mismo del accidente. De la fotografía y la carta mejor ni hablar.

.- Do svidaniya al pasado.

.- Privet al porvenir, y a nuevas hornadas de Medovik.

En silencio y ligeramente aturdido Sisi abandonó el local tarareando “Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…” Sus pasos se perdieron en la calle húmeda, mezclados con la música de los barcos turísticos que repiten una y otra vez las glorias del lugar. Y el agua se lleva todo lo que no quiere la ciudad y en el mar lo deja, y con ello, las penas de Sisi, que sonríe y no sabe porque, pero sonríe…

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