sábado, 4 de abril de 2020

Cara y cruz


Si llegase a morir un 5% de la población mundial debido al COVID19 aun quedarían 7.360 millones de personas para poblar la Tierra, por tanto, ¿porque preocuparse?

Bueno, siempre hay una cierta probabilidad que uno de esos muertos sea uno mismo, y eso es muy preocupante. Aunque nadie lo sabe ni lo puede saber antes de que ocurra, pongamos que nuestra probabilidad de morir por el virus sea de un 0,01 y que la probabilidad de que nos toque la lotería de Navidad es de un 0,00001. Como se ve es mucho más probable morir en estas circunstancias, que no que a uno le toque la lotería, con el agravante de que a esto jugamos todos, a la lotería sólo quien quiere.

Aparte de esta relativa preocupación, está el hecho de que el afectado puede ser nuestro hijo, o nuestro padre, y esto, aunque menos, también preocupa mucho.

La muerte de un hijo es irreparable, por cierto, como todas las muertes, a no ser que alguien sea capaz de reanimar al difunto, con una previsión de viabilidad razonable. Por otra parte, parece lógico, que la irracional e ignorante Naturaleza, nos haya preparado emocionalmente para asumir la muerte de alguien mayor que nosotros, pero no para la muerte de nuestros hijos, en quienes hemos depositado toda la confianza, para que sigan manteniendo en el tiempo nuestra herencia genética.

Datos provisionales nos informan que mientras el 15% de los infectados de más de 80 años mueren, en el caso de las personas entre 50 y 60 años esto sólo es para el 2% de ellos. Esta epidemia borrará del padrón a mucha gente mayor, aliviando los costes de las pensiones y la Seguridad Social. Si estas cifras se acabasen de confirmar podrían suponer la muerte de más de 200.000 abuelos y abuelas de más de 80 años. Siendo la media de la pensión de 1.008 euros, supondría un ahorro mensual de unos 200 millones de euros. Tampoco se ahorra tanto.

Queda por valorar el pequeño detalle de que este abuelo o abuela podría ser uno de nuestros seres queridos. Tampoco es desdeñable el empleo que genera la atención a nuestros mayores, desde la limpieza hasta la cadena de suministro, pasando por los equipos sanitarios y administrativos. Si los países desarrollados han de modificar su pirámide poblacional dotándola de más base que aguante las capas superiores, mientras podamos disponer de unos servicios sanitarios bien dotados, este episodio epidémico no cambiará notablemente el marco demográfico.

Resumiendo, los humanos ganaremos esta batalla, aunque más nos valdría, como especie, perderla en parte, para dejar hacer a la “Selección Natural” de Darwin, de forma que nos permita adaptarnos a los cambios ambientales. Los individuos concretos ya veremos si ganamos o perdemos, y en qué medida. Somos lo que recordamos y recordamos lo más cercano y que más nos afecta y también lo que los medios de comunicación se preocupan de repetirnos, para que nos acordemos y eso seamos. Recordaremos que hay buenos y malos y que nuestra vida pende de los hilos que ellos mueven. Pero claro esos buenos y malos son los que machaconamente nos repiten los mismos medios de comunicación.

Quizás de todo ello se aprenda algo, si es que hay algo que aprender. Al final de la Primera Guerra Mundial, tras la “gripe española” se debió aprender algo, quizás. Tras ello llegó el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, el uso de las armas atómicas, y para que seguir enumerando más cosas. Un siglo después el mundo ha cambiado mucho, en algunos aspectos y en algunas regiones, y para algunos estratos sociales. Y, sin embargo, el mundo sigue rodando con su lento caminar, de forma muy similar, en algunos aspectos, a como lo hacía hace siglos.

Pasará todo esto, que de todas las crisis se sale, de las sanitarias y de las económicas, y el mundo volverá a rodar, y algunos no saldrán y otros saldrán peor que estaban y algunos saldrán mejor parados. Esto siempre es un intercambio, lo que unos pierden, otros encuentran.

Olvidaremos esto, como todo se olvida, y pensaremos de nuevo que a la cabeza de la creación podemos modelar la naturaleza a nuestra imagen y semejanza como hemos creído poder hacerlo. Pero a pesar de todo, la naturaleza, de la que formamos parte íntimamente fusionada, nos habrá recordado que somos prescindibles, salvo para nosotros mismos, y que en el sobresalto producido por un bache cósmico, o terrenal, podemos salir despedidos del tren de la historia quedando aparcados en la cuneta.

Lo dicho cuídense, si tienen edad procreen, ganen con que comer y, si les dejan, sean felices.


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